Ñemboja digital Módulo 2 - Semana 10
6. Una prueba viviente
La práctica de la empatía es sencilla. Hagamos
un ejercicio mental con datos de la realidad: “Salimos del centro de la ciudad
y a 15 minutos encontramos un barrio, un loteo con casas iguales y precarias,
los chicos juegan en la vereda, hay una pequeña despensa con rejas, las calles,
las veredas y los patios – todos iguales, todos de tierra – corre una brisa
caliente que trae un olor nauseabundo. Seguimos caminando, los chicos nos
siguen, se rascan la cara, hacen preguntas, juegan, se ríen y los padres los
regañan, vienen todos con nosotros. El olor es cada vez más penetrante y el
zumbido de las moscas, permanente. Llegamos a una plaza llamada Justicia. Allí
donde estamos, “plaza” significa que es un terreno que no está asignado para
construir viviendas, pero no es la plaza con árboles, asientos, flores, hamacas
y toboganes que todos imaginamos; esta “plaza” es toda tierra, igual que el
patio, igual que la calle, igual que la vereda. Al fondo, un ir y venir de
camiones levanta una polvareda inmensa que se suspende en el aire como una nube
opaca. Las madres mandan a los chicos a la casa “para que no respiren eso” y
ellas se tapan las narices con la manga de la camisa.
Nos cuentan que a 400 metros hay un basural a
cielo abierto y lo que significa ese basural para ellos: los niños sufren de
infecciones en la piel y de enfermedades respiratorias, tienen miedo a las
ratas y al dengue, tienen miedo al viento porque levanta la tierra contaminada
y la peste se les mete en la piel y en la cabeza, tienen miedo a la época de
lluvias porque en ésa zona, el agua no lava, sino que se mezcla con los
residuos y se convierte en un líquido pestilente que derrama tóxicos por el
suelo y por eso tienen miedo de que esos líquidos les envenenen el agua.
Tienen miedo a quejarse, miedo a que les
quiten la casa, y admiten con vergüenza que en realidad el basural es una
“fuente de trabajo”, y que hay personas que “trabajan” allí como “recolectores”
o “clasificadores”. Están dentro del basural en los horarios que llegan los
camiones a descargar y se quedan recolectando / clasificando, sin ninguna
protección y sin leyes. Cuando concluye la jornada laboral, algunos vuelven a
las calles y otros tantos regresan a sus casas, inmundos, contaminados. “No hay
trabajo, pero con esto se come y se vive. En el basural encontramos comida,
ropa, juguetes y cosas para vender o para cambiar”.
Aprendieron a cambiar de todo, excepto la dura
realidad que no tiene trueque, ¿quién puede querer esa realidad?
Esperan que algún gobierno cambie lo que ellos
no pueden cambiar, pero el tiempo pasa y la gente grande vota una esperanza,
los niños juran la bandera, cantan el Himno Nacional y saben que existe una
Constitución y las leyes. Pero también saben que, para ellos, no valen.
Los nombres de los barrios más cercanos al
basural, se sienten como una ofensa por su desemejanza con la realidad. Allí
donde la desigualdad desciende al último escalón de la dignidad, ahí donde la
insalubridad se expande sin remedio, en ese mismo lugar, un barrio se llama Justicia
y el otro se llama Sanidad.