Ñemboja digital Módulo 2 - Semana 10

7. Impacto en la autoestima

Las mediciones de impacto socio – ambiental en basurales a cielo abierto podrán determinar de qué manera afecta la actividad humana al medio ambiente; podrán medir los efectos que producen en una población y en sus condiciones de vida, y con esos índices tomar medidas adecuadas para el cuidado del planeta y la salud de los habitantes. Podrán tomar precauciones para evitar producir daños a la salud humana, al desarrollo económico y a la naturaleza; y el mundo entero celebrará – ¿por qué no celebrar? – que es posible crecer sin perder el equilibrio entre lo necesario, lo esencial, lo transitorio y lo permanente.
Sin embargo, hay impactos que no se miden; hay efectos de la actividad humana y del ambiente que hasta ahora no fueron cuantificados; no hay índices, por ejemplo, de cuánto afecta a la personalidad y a la mente humana el hecho de tener que vivir de la basura, de revolver la basura para comer y vestirse; así como tampoco hay estudios psicológicos que evalúen el impacto emocional y psíquico que tienen los basurales en los habitantes de las inmediaciones.
No se puede cuantificar el grado de humillación, ni medir la desigualdad que se imprime como un sello en la mente, en el cuerpo y en las emociones de las personas que viven de los basurales, o habitan muy cerca de ésos predios donde se arroja todo lo que el resto del mundo desprecia: la suciedad, las sobras, los restos, los excrementos, la mugre, lo insalubre, los residuos, la sangre, la fetidez, los despojos, lo roto, lo inútil, lo que no tiene arreglo, lo vencido, lo podrido y los desechos.
Vivir en un basural va contra toda lógica, contra la cultura y contra la naturaleza humana. Desde que nace, el individuo es separado de los desechos que produce su organismo tras el consumo de alimentos. Mantenerlo alejado, fuera del alcance de todo lo relacionado con basura, residuos y desechos, son comportamientos que garantizan la supervivencia, la salud de las personas y forman parte de la cultura ancestral propia de la especie humana.
Lo que nadie quiere ver ni oler, pronto es sacado de la vista y de la presencia de las personas; el ser humano no soporta convivir ni siquiera con su propia basura. El mecanismo consiste en poner afuera de sí y de su entorno, todo lo que considere nocivo, perjudicial o desagradable. El ser humano es un creador serial de basura, pero no está dispuesto a convivir ella.
Sin embargo, ahora, a 15 minutos de la ciudad, hay familias a las que la realidad del basural les pega en la cara, en las narices, en los ojos, en la piel, en los pulmones, en la cabeza, en los intestinos y en los dedos de los pies. Les pega en la mente, en las emociones, les pega en la dignidad, en su psiquismo, en la personalidad, y deja una marca indeleble en la autoestima: no sienten – y es probable que nunca sientan – que son iguales ni que tienen los mismos derechos que los demás.
Dentro de esos lugares llamados basurales, y alrededor de ellos, la desigualdad y sus inseparables compañeras, la pobreza, la exclusión y la miseria, esperan una justicia más leal a los principios éticos, una justicia inconforme consigo misma, con expectativas de impartir una justicia mejor. Esperan que el gobierno y la empresa encargada de la recolección, cumplan lo pactado: hacer un relleno sanitario en el actual basural a cielo abierto. Esperan de nosotros como sociedad -que somos los mayores productores de basura del planeta – nos hagamos cargo de nuestros propios desechos y clasifiquemos en nuestras casas la montaña de residuos que generamos.
Esperan no se les niegue el derecho a vivir y respirar en un ambiente limpio y sano.
Esperan que una proeza de nuestra empatía los libere del impacto paralizante del lugar de nacimiento que les asignó un espacio en el orden artificial que le impusimos a la naturaleza: el lugar de los desechos. Y para ello también hace falta trabajo, pero trabajo digno y humano, trabajo en serio.
Es necesario volver a pensar el viejo sistema político que ya no sobrevive a nuestra pasividad ni laxitud, sino que requiere de un esfuerzo activo, consistente en colocar a las personas en el lugar de la equidad, donde la dignidad humana nos trata a todos por igual.
La desigualdad no espera.
Si Estas personas tienen derechos, los tienen ahora, no en el futuro.
Lic. Cynthia Molinari