Ñemboja digital Módulo 2 - Semana 9

4. Los inmigrantes

4.5. LITERATURA E HISTORIA


Se considera a la Historia como el relato objetivo de los acontecimientos reales que ya sucedieron. Sin embargo, la descripción de un proceso histórico es, en esencia, una interpretación subjetiva. Toda historiografía es una escritura de la Historia (entre otras tantas posibles) desde una perspectiva particular. Así, la misma selección de los hechos que se quieren narrar está condicionada tanto por la intención del historiador a la hora de escribir, como por el horizonte ideológico de la época en que lo hace. Los historiadores son sujetos que adhieren a corrientes historiográficas determinadas, por lo tanto, su versión de los hechos se construye de acuerdo al marco general de pensamiento en el que trabajan. Por eso, ninguna Historia es ingenua. Inclusive, si un historiador únicamente enumerara en una secuencia cronológica una serie de acontecimientos, ignorando voluntariamente la valoración que se podría hacer de ellos, su Historia también tendría un componente subjetivo caracterizado por la indiferencia hacia el análisis de la cuestión. Entonces, si todo relato historiográfico es una resignificación del pasado desde la perspectiva de aquel que elige y narra los hechos, ¿Qué lo diferencia de una novela, un cuento o una película que traten sobre temas históricos? ¿Por qué un libro de Historia Argentina sobre “usos y costumbres” del siglo XIX es más objetivo que el Martín Fierro, donde se da cuenta de esos “usos y costumbres” en una narración ficcional?

El filósofo estadounidense Hayden White, en su ensayo El texto histórico como artefacto literario (2003), equipara la estructura de un relato histórico con la de un relato ficcional. En primer lugar, afirma, el historiador debe ordenar los acontecimientos y proponer un hilo conductor que vuelva coherente la historia que está contando, al igual que los novelistas o guionistas de cine ordenan los hechos en una trama argumental. En segundo lugar, el carácter provisional del relato histórico (esto es, la imposibilidad de relatar los hechos “tal cual sucedieron” por la falta de testimonios o documentos capaces de fundamentarlos) lleva al historiador a completar ficcionalmente los vacíos que aparecen en su Historia, y para ello hace uso de las herramientas de creación que brinda la literatura. Por eso, Hayden White (2003) escribe:

“A los historiadores puede no gustarles pensar en sus trabajos como traducciones de los hechos en ficciones, pero éste es uno de los efectos de sus trabajos”.

La diferencia fundamental radica en qué se quiere hacer con estos textos en la sociedad, es decir, cómo se presenta una historia a los ojos de los demás. ¿Se presenta como lo que realmente pasó? ¿Como una visión más entre tantas otras? ¿O como una revisión del pasado con miras a cambiar el presente? La pretensión de objetividad es una característica del texto histórico, pero es sólo eso, una pretensión. Lo cierto es que un texto literario puede contener una interpretación de la historia (como es el caso del mencionado Martín Fierro, que interpreta las consecuencias del proceso histórico revolucionario de 1810), y un texto histórico puede narrar los acontecimientos de manera ficcional, esto es, literaria (por ejemplo, algunos episodios que relatan los navegantes españoles durante el Descubrimiento y la Conquista de América). Por eso, analizaremos esta semana diversos textos, tanto históricos como literarios, en su otra dimensión, siguiendo el hilo conductor de la conformación de la identidad nacional argentina a partir de la llegada de los europeos a tierras americanas, hasta nuestros días.