4. LA AUTONOMÍA ECONÓMICA

4.3. La inserción en el mercado laboral y Trabajo - brecha salarial  

La inserción en el mercado laboral

 

En el mercado laboral se cristalizan las diferentes desigualdades de género. La pobreza de tiempo

derivada de la injusta distribución sexual del cuidado, los estereotipos de género que se originan y

reproducen en el sistema educativo, los sesgos de género de la demanda de empleo y el perfil sectorial de especialización productiva de cada territorio constituyen, en su interacción, los principales obstáculos para el acceso al mercado laboral remunerado que enfrentan las mujeres (Díaz Langou y otras/os, 2019).

 

Trabajo y brecha salarial

 

Una de las causas principales de esta desigualdad es el mayor tiempo que las mujeres dedican a tareas domésticas y de cuidado no remunerado, dejándoles menos tiempo para el trabajo remunerado. Esto afecta a la capacidad de las mujeres de insertarse adecuadamente en el mercado laboral, y ocasiona una mayor inserción en trabajos con jornadas parciales o en empleos informales, lo que a su vez se traduce en menores ingresos y carencia de prestaciones laborales.

 

Las mujeres insertas en el mercado laboral se enfrentan a una brecha salarial con respecto a los hombres, en la que ellas tienen menores salarios aun cuando realicen trabajos de igual valor con responsabilidades y condiciones laborales similares. Además de emplear a un elevado porcentaje de las mujeres del país, el sector de la salud y la asistencia social es uno de los que presentan mayores diferencias de remuneraciones entre hombres y mujeres, lo que da cuenta de una considerable segregación por género.

 

No es únicamente en los salarios en donde se observan desigualdades entre mujeres y hombres. Por ejemplo, una de las ocupaciones que representa las condiciones de mayor precariedad laboral de las mujeres es el trabajo doméstico remunerado. El trabajo doméstico remunerado en la región ha sido tradicionalmente una importante fuente de ocupación para las mujeres, en particular para quienes provienen de hogares pobres, son indígenas y/o afrodescendientes, con una inserción cada vez mayor de mujeres migrantes.

 

El trabajo doméstico se caracteriza por ser generalmente informal, con bajos ingresos (equivalentes en 2017 al 62% de lo que ganan otras mujeres en otro tipo de trabajo), y mayoritariamente sin protección social.

 

Una de las consecuencias de la mayor precariedad de los trabajos de las mujeres es la falta de acceso a la protección social que se evidencia en la menor proporción de mujeres que, al llegar a ser adultas mayores, perciben pensiones o tienen acceso a sistemas de salud con respecto a los hombres de esas edades. Por otra parte, una mejor inserción laboral, que tradicionalmente se logra al haber alcanzado un mayor nivel educativo, no se materializa de manera igualitaria para hombres y mujeres. Aun cuando las mujeres alcanzan niveles de educación mayores, al insertarse en el mercado laboral muchas veces lo hacen en puestos subordinados a los hombres, con limitaciones para realizar las actividades para las que estudiaron, realizando actividades administrativas o de mantenimiento, o recibiendo menores ingresos que los hombres por el mismo trabajo (CEPAL, 2018a).