| De verdad cariñito, los sudamericanos nos conocemos poco entre nosotros.Había sido otra noche sin que nadie del público le pidiera a Gilda un bis antes de bajar del escenario. Con larguísima boquilla de nácar y un cigarrillo oriental recién encendido, la primera bocanada de humo desplegándose en volutas turcas envolvió en una esfera gris espesa y transparente la cabeza del muchacho de cabello ensortijado, motitas engominadas y mirada dulcísima. Abrumado por esa turbonada interior de tabacal exótico y ejercicios bronquiales de absoluta pericia, Aldo Scalabrini, Raúl San Martín para las postergadas marquesinas, se la quedó mirando como quien encuentra un marabú gigante en la bañera. Ella, la única, estaba un poco ebria y exudaba aromas contradictorios de lociones baratas superpuestas al desgano con el perfume inconfundible de axilas depiladas a gillette y testículos comprimidos durante muchas horas de actuación. La seducción de Gilda necesitaba reciclarse de continuo en cualquier circunstancia, ponerse a prueba a toda hora para acentuar más el error del pasaporte: José Palacios. Fragmento de Nocturno tenue por Libertad Lamarque,de Juan Carlos Mondragón (1993).   |