3. La publicidad y los Consumidores


El discurso publicitario actúa de acuerdo al fin último que persigue. Este objetivo es, en un principio, hacer del producto que anuncia el mejor de todos para asegurar su venta. Si no puede hacerlo parecer el mejor, entonces opta por asegurar que es el más adecuado para un sector del mercado, y así mantiene, al menos, un grupo de clientes estable. Estos vaivenes del discurso publicitario se deben a su adaptación e inserción en el mercado del que depende para seguir existiendo. Por ejemplo, a mediados del siglo XVII, en Francia, aparece en el periódico La Gazette el primer aviso pago (podríamos decir, la primera publicidad moderna) que ensalza las bondades del agua mineral:

 


“La sequía de la estación ha aumentado los efectos de las aguas minerales, entre las que se usa predominantemente la de Forges. Hace treinta años que Monsieur Martin, gran médico, la puso de moda; la admiración popular está con ella; en la actualidad Monsieur Bonnard, Primer Médico del Rey, la ha llevado al más alto grado de su reputación que su gran fidelidad, capacidad y experiencia puede dar a aquello que lo merece ante Su Majestad, que bebe de ella por precaución, ejemplo que imita toda la corte”.


Como vemos, algo que resulta tan indispensable y natural como el agua potable fue, en un momento, un lujo de la corte. Pero... ¿Acaso no sigue siendo un lujo? ¿Cuántos países del mundo carecen del agua mineral necesaria para sus habitantes? Inclusive se habla de una posible guerra en el futuro por las pocas reservas de agua potable que quedan en el planeta. Pensemos, entonces, que las publicidades de agua mineral sólo son efectivas en regiones en las que hay un público dispuesto a pagar por ella, compuesto por miles de potenciales consumidores. En el ejemplo anterior, esos consumidores serían los miembros adinerados de la sociedad que pueden hacerle frente a la sequía comprando agua.