El alcance
ético de la retórica fue uno de los problemas centrales para la filosofía a lo
largo de la historia. Por alcance ético se entiende el problema de determinar
si lo que uno quiere transmitir es “bueno” o “malo”, “justo” o “injusto”. Toda
persuasión lograda mediante el lenguaje connotativo importa una serie de
valores que se transmiten con el producto o la idea que se está promocionando.
Así, ningún uso de la retórica es inocente, porque tanto la publicidad como la
propaganda influyen en la forma de ver e interpretar la realidad que tienen las
personas. Así, frente a cualquier afiche o comercial televisivo, es necesario
preguntarse “¿Es bueno lo que me está transmitiendo?”, porque la retórica
utiliza argumentos verosímiles, no verdaderos, es decir, que pueden aparentar
cierto grado de veracidad por lo efectivo de sus propuestas, pero que instalan
subrepticiamente una serie de valores que perjudican a la sociedad en su
conjunto, o a ciertos sectores de la misma. Por ejemplo, el “machismo” presente
en múltiples comerciales de cerveza, desodorantes o hasta servidores de
Internet, no hace más que perpetuar la degradación de la mujer. Los ideales de
belleza y sensualidad, por otra parte, ponderan una “perfección” inalcanzable
que deja aisladas a todas las personas que no cumplen con los requisitos para
ser “modelo” de algo.