La Educación Artística, sensible, espiritual, podría entenderse perfectamente como un eco que despierta la naturaleza de las personas, de los colectivos, de la humanidad cotidiana. Persona que sería posible entender, vivenciar, elector y efectivo, ofrecido por la naturaleza, que estaría siempre ahí dentro de nosotros.
Riqueza que afloraría como una fuerza que sería capaz de imaginarse y de mantenerse bella a pesar de todos los condicionamientos externos, como si estos no afectaran íntimamente tal sustancia. Nos situamos pues, ante la presencia enigmática de una realidad dinámica inteligente y afectiva, que puede auto-potenciarse a través de todas las experiencias formativas creadas con tal finalidad. Desde tal mirada, todo movimiento personal podría componerse como un desplazamiento trascendentemente inmanente, como una revuelta interna, como una revolución cotidiana de lo invisible personal