Las mediciones de impacto socio – ambiental en
basurales a cielo abierto podrán determinar de qué manera afecta la actividad
humana al medio ambiente; podrán medir los efectos que producen en una población
y en sus condiciones de vida, y con esos índices tomar medidas adecuadas para
el cuidado del planeta y la salud de los habitantes. Podrán tomar precauciones
para evitar producir daños a la salud humana, al desarrollo económico y a la
naturaleza; y el mundo entero celebrará – ¿por qué no celebrar? – que es
posible crecer sin perder el equilibrio entre lo necesario, lo esencial, lo
transitorio y lo permanente. Sin embargo, hay impactos que no se miden; hay
efectos de la actividad humana y del ambiente que hasta ahora no fueron
cuantificados; no hay índices, por ejemplo, de cuánto afecta a la personalidad
y a la mente humana el hecho de tener que vivir de la basura, de revolver la
basura para comer y vestirse; así como tampoco hay estudios psicológicos que
evalúen el impacto emocional y psíquico que tienen los basurales en los
habitantes de las inmediaciones. No se puede cuantificar el grado de
humillación, ni medir la desigualdad que se imprime como un sello en la mente,
en el cuerpo y en las emociones de las personas que viven de los basurales, o
habitan muy cerca de ésos predios donde se arroja todo lo que el resto del
mundo desprecia: la suciedad, las sobras, los restos, los excrementos, la
mugre, lo insalubre, los residuos, la sangre, la fetidez, los despojos, lo
roto, lo inútil, lo que no tiene arreglo, lo vencido, lo podrido y los
desechos. Vivir en un basural va contra toda lógica,
contra la cultura y contra la naturaleza humana. Desde que nace, el individuo
es separado de los desechos que produce su organismo tras el consumo de
alimentos. Mantenerlo alejado, fuera del alcance de todo lo relacionado con
basura, residuos y desechos, son comportamientos que garantizan la
supervivencia, la salud de las personas y forman parte de la cultura ancestral propia
de la especie humana. Lo que nadie quiere ver ni oler, pronto es
sacado de la vista y de la presencia de las personas; el ser humano no soporta
convivir ni siquiera con su propia basura. El mecanismo consiste en poner
afuera de sí y de su entorno, todo lo que considere nocivo, perjudicial o
desagradable. El ser humano es un creador serial de basura, pero no está
dispuesto a convivir ella. Sin embargo, ahora, a 15 minutos de la ciudad,
hay familias a las que la realidad del basural les pega en la cara, en las
narices, en los ojos, en la piel, en los pulmones, en la cabeza, en los
intestinos y en los dedos de los pies. Les pega en la mente, en las emociones,
les pega en la dignidad, en su psiquismo, en la personalidad, y deja una marca
indeleble en la autoestima: no sienten – y es probable que nunca sientan – que
son iguales ni que tienen los mismos derechos que los demás. Dentro de esos lugares llamados basurales, y
alrededor de ellos, la desigualdad y sus inseparables compañeras, la pobreza,
la exclusión y la miseria, esperan una justicia más leal a los principios
éticos, una justicia inconforme consigo misma, con expectativas de impartir una
justicia mejor. Esperan que el gobierno y la empresa encargada de la
recolección, cumplan lo pactado: hacer un relleno sanitario en el actual
basural a cielo abierto. Esperan de nosotros como sociedad -que somos los
mayores productores de basura del planeta – nos hagamos cargo de nuestros
propios desechos y clasifiquemos en nuestras casas la montaña de residuos que generamos. Esperan no se les niegue el derecho a vivir y
respirar en un ambiente limpio y sano. Esperan que una proeza de nuestra empatía los
libere del impacto paralizante del lugar de nacimiento que les asignó un
espacio en el orden artificial que le impusimos a la naturaleza: el lugar de
los desechos. Y para ello también hace falta trabajo, pero trabajo digno y
humano, trabajo en serio. Es necesario volver a pensar el viejo sistema
político que ya no sobrevive a nuestra pasividad ni laxitud, sino que requiere
de un esfuerzo activo, consistente en colocar a las personas en el lugar de la
equidad, donde la dignidad humana nos trata a todos por igual. La desigualdad no espera. Si Estas personas tienen derechos, los tienen
ahora, no en el futuro. Lic. Cynthia Molinari