4. Diversidad, igualdad y diferencia.

Todos somos iguales porque somos personas, seres racionales y libres. Todos somos igualmente dignos y este principio se pone de manifiesto en la igualdad ante la ley y en el reconocimiento universal de los derechos. Esto quiere decir que a pesar que nos diferenciemos en las características físicas, las ideas, la cultura y los sentimientos, se nos deben garantizar las mismas oportunidades y condiciones de ejercer plenamente nuestros derechos.
Al mismo tiempo, las diferentes identidades, culturas y condiciones físicas y sociales hacen que la diversidad humana sea una realidad que, además resulta positiva, porque hace que todo el mundo sea variado y rico.
Por ello, si en la naturaleza concreta prevalece la diferencia y la diversidad, también ocurre lo mismo en las sociedades humanas: son heterogéneas, diversas. Esto lo podemos comprobar en la vida cotidiana: las personas son distintas físicamente pero también lo son en sus capacidades, habilidades o formaciones culturales, ya que los individuos nacen en contextos familiares, económicos, sociales y culturales diferentes. Se afirma una igualdad universal (algo para todas las personas por igual) pero al mismo tiempo en la vida diaria y concreta observamos la diferencia y la diversidad.
Entendemos lo “universal” por aquello que tenemos en común, que es nuestra condición humana, nuestra dignidad. Más allá de nuestras diferencias, todos somos humanos. 
Hay una permanente tensión entre la búsqueda de la igualdad y la realidad, o sea, entre lo universal y lo particular. 
El respeto de esa diversidad, es la base de la igualdad. Sin embargo, muchas veces esas diferencias se utilizan para discriminar injustamente a las personas. A través de la historia, armonizar la igualdad con lo considerado diverso se ha manifestado en forma de conflictos serios: guerras, persecuciones, injusticias.