5. EL TRABAJO DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD

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Hoy en día, el trabajo es considerado un derecho humano fundamental. Toda persona debería tener la libertad de elegirlo, en condiciones equitativas y satisfactorias, y la oportunidad de ganarse la vida percibiendo una remuneración digna, con protección social y derecho de sindicación.

Según la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, se reconoce el derecho al trabajo, y los Estados deben salvaguardar y promover el ejercicio del derecho, incluso para personas que adquieran una discapacidad durante el empleo, adoptando medidas pertinentes.

En este sentido, la Convención prohíbe toda forma de discriminación, obliga a proteger los derechos de las personas con discapacidad en igualdad de condiciones, asegura que las personas con discapacidad puedan ejercer sus derechos laborales y sindicales, permite que tengan acceso efectivo a programas generales de orientación técnica y vocacional, alentando las oportunidades de empleo.

Este apoyo profesional se va retirando gradualmente a medida que la persona logra desempeñarse de manera eficaz en su puesto de trabajo e incluirse socialmente en el ámbito laboral. Asimismo, es importante que antes del retiro del apoyo profesional estén detectados los apoyos naturales (compañeros de trabajo, jefes, etc) que surgen de manera natural y espontánea, los cuales ayudan a la persona en situaciones puntuales si es que lo requiere. Una vez que se retira el apoyo profesional, puede que el mismo tenga que volver ante alguna situación particular; como ser aumento en la cantidad de tareas, cambio de personal, mudanza del sector de trabajo, etc.

Primeramente, debemos mencionar al trabajo como un importante factor socializador, promotor de la integración y la inclusión social, vector de la autodeterminación y la autonomía, favoreciendo la independencia económica y la movilidad social ascendente. Se lo considera como la principal vía de ingreso a la vida adulta autónoma. El trabajo crea sentido, socializa, incluye, vincula con la tarea y hasta “estructura” la cohesión personal y luego social en comunidad.

Ahora bien, al tratarse de trabajo para personas con discapacidad consideremos: actualmente en Argentina 1/5 de los hogares (es decir un 20%) tiene una persona con discapacidad; que, de cada 100 personas con discapacidad, 48 se encuentran en edades de entre 18 y 65 años (población económicamente activa) y que de ellos efectivamente consigue trabajo menos del 25%.

Además, dentro de la “población con discapacidad”, es más accesible el empleo para algunas discapacidades (en general motrices) que para otras (como mentales o psiquiátricas).

Se considera que la sociedad cumple una función esencial a la hora de hablar sobre la inclusión de personas con discapacidad, dado que puede favorecerla u obstaculizarla. De acuerdo con las leyes vigentes, los diversos sistemas sociales, el entorno psicofísico, los servicios gubernamentales, las actividades extracurriculares, la información y la documentación que en la actualidad se presenta como herramienta, la inclusión laboral no debería presentar en principio esta elevada problemática.

Pero hoy en día a nivel social es un serio problema, dado que una persona con discapacidad que no alcance un empleo genuino difícilmente pueda conseguir la autonomía económica. Por otro lado, a su vez, aquel que permanece en el hogar muchas veces requiere un “cuidador/familiar” a cargo durante todo el día. Esto genera un perjuicio adicional, que es el hecho del estrés y la fatiga laboral que ocasiona (teniendo en cuenta además que, a nivel “macro”, se genera un agregado de “costo de oportunidad” de trabajo no realizado fuera del hogar por esa persona “cuidador/familiar”)

En la actualidad, al menos desde un punto de vista técnico, la discapacidad es tomada como una condición y una situación donde confluyen factores contextuales (personales y ambientales) (CIF/OMS), en interacción con el portador de un estado negativo de salud, manifestándose de muy diversas maneras, básicamente si se tiene en cuenta que todo individuo es único e irrepetible, eminentemente social y que requiere de la cultura de su comunidad para sobrevivir y desarrollarse.

Según el modelo ‘bio-psico-social’ que subyace en la Clasificación Internacional del Funcionamiento de la Discapacidad y de la Salud (OMS, 2001), se considera que operacionalmente las discapacidades se originan o fundan en deficiencias y se constituyen en la interacción de la persona portadora con el contexto, ya sea en relación a factores personales y factores ambientales…”

El mundo laboral de hoy requiere de un modelo de trabajador que implica la existencia de conocimientos, competencias, hábitos y conductas relacionadas con el trabajo; que muchas veces no resultan fáciles de reconocer o adquirir, independiente mente de si se tratara o no de una persona con alguna discapacidad.

Se sabe que las personas con discapacidad participando de diversos programas de inserción laboral presentan mayor autonomía, lo que mejora notoriamente su calidad de vida. Siendo que en muchas ocasiones de empleo real la discapacidad nunca ha sido la limitante, sino el estigma creado a su alrededor por sus potenciales empleadores.

La demanda de trabajadores cada vez más calificados, sumado a la escasez de oportunidades laborales, hacen que el nivel de exigencia aumente y las personas necesiten estar cada vez mejor preparadas para poder insertarse en el mercado laboral.

Es por ello que la formación se presenta hoy más que nunca como un elemento fundamental para afrontar nuevos y cambiantes escenarios, así como para desarrollar nuevas habilidades y competencias que la sociedad demanda. Hoy, en general se habla de “formación continua”, mientras se plantea la sustentabilidad del sistema previsional y el corrimiento de las fronteras de la edad jubilatoria. A su vez, la legislación nacional en su marco general tiende a asegurar:

·         “Accesibilidad”, pero no sólo a los edificios, sino también a los contenidos y las certificaciones Educativas (verídicas y valederas).

·         “Inclusión”, a la comunidad, a sus organizaciones (sociales, laborales, deportivas, cívicas). En ocasiones “mediadas” por mecanismos prestos a la inclusión, para luego poder disminuirse hasta desaparecer, pero continuando la persona “incluida”.

·         “Derechos”: tomado íntegramente de manera “sistémica”, como un todo. El derecho a ser y pertenecer (a ser sujeto y a pertenecer a una sociedad inclusiva en la cual estar incluido). A valorarse por su individualidad y por su capacidad en equipo, a integrarse a la comunidad y estar incluido.