No estoy de acuerdo con la afirmación de que para triunfar en la escuela es suficiente con saber hablar, comprender textos y escribir correctamente. Aceptar esta idea ...
No estoy de acuerdo con la afirmación de que para triunfar en la escuela es suficiente con saber hablar, comprender textos y escribir correctamente. Aceptar esta idea implicaría asumir que solo se necesita dominar ciertas competencias generales, cuando en realidad el aprendizaje y el conocimiento son procesos más complejos. Coincido con Fodor, quien sostiene que la mente está pre-especializada y se desarrolla en dominios diferenciados. Nuestro sistema de conocimiento está compuesto por subsistemas especializados, cada uno regido por principios y pautas de razonamiento específicos. Así, aprender implica enriquecer la cantidad y complejidad de estos principios y pautas de razonamiento (Cfr. Carey y Spelke, 2002, p. 243). Aunque hablar, comprender y escribir son habilidades fundamentales, son solo una parte de un sistema mayor que requiere el desarrollo de competencias específicas.
Siguiendo esta línea, y retomando las ideas de la clase 2, es crucial que nuestros estudiantes aprendan a pensar como expertos. Los estudios han demostrado que los expertos en cualquier área resuelven problemas de manera más efectiva, automatizan procedimientos y tienen habilidades de autorregulación y monitoreo de su desempeño. En los primeros años de vida, y probablemente durante la educación primaria, desarrollamos habilidades generales que nos ayudan a procesar diversos tipos de información. Sin embargo, al avanzar en la escuela, el currículo se vuelve más disciplinario y menos integrado, y empiezan a surgir áreas de conocimiento especializadas. Karmiloff-Smith respalda esta idea, señalando que inicialmente organizamos nuestro conocimiento de manera general, pero que, con el tiempo, este se especializa en áreas concretas.
Estas cuestiones tienen implicancias tanto teóricas como prácticas en la enseñanza, afectando no solo la concepción de lo que debe enseñarse, sino también el tipo de tareas que proponemos, el tiempo dedicado a la construcción de sentido y las estrategias que esperamos promover en los estudiantes (Baquero y Limón Luque, 2011). En línea con esta reflexión, considero relevante el artículo de Rosli, Carlino y Roni (2015), Retención escolar y educación de calidad: logros y desafíos pendientes en una escuela secundaria argentina. Las autoras analizan cómo una escuela secundaria argentina que recibe estudiantes de bajos recursos enfrenta los desafíos de inclusión educativa y calidad. Observan que, aunque los profesores de Ciencias Sociales hacen esfuerzos para facilitar la apropiación de contenidos mediante la lectura y la escritura, estas prácticas no se utilizan plenamente como herramientas de estudio situadas. Como mencionan las autoras, "la lectura y la escritura pasaron desapercibidas como potenciales herramientas de enseñanza y aprendizaje de contenidos disciplinares, dado que los profesores apuntaron a dejar claros oralmente los conceptos, pero no a ayudar a desarrollar y hacer propias estas prácticas." Los resultados muestran que, aunque la institución ha logrado retener a sus estudiantes, se han ofrecido pocas oportunidades para la construcción de aprendizajes significativos y duraderos. Esta situación nos resulta común a la mayoría de los docentes correntinos, quienes enfrentamos a diario el dilema inclusión, retención y calidad educativa.
En cuanto a mi disciplina, Lengua y Literatura, considero fundamental desarrollar capacidades específicas como la escritura en distintos géneros, la reescritura, la autocorrección y la interpretación de obras. Estas capacidades son clave para formar lectores autónomos, críticos e independientes, capaces de producir, revisar y reelaborar textos de diversas tipologías. Además, trabajar sobre el error, fomentar la creatividad y preparar a los estudiantes para estudios superiores y el ámbito laboral son objetivos que también considero prioritarios.