La crónica es,
como la noticia, el relato periodístico de un hecho. Sin embargo, participa a
la vez de los rasgos de los textos informativos y de los interpretativos, con
un predominio de los primeros sobre los segundos. Así, una crónica periodística
no solo brinda la información que considera importante mediante el relato
ordenado de los acontecimientos de la realidad, sino que cuida la forma en que
desarrolla este relato al describir minuciosamente los pormenores del
acontecimiento. Los cronistas transmiten una historia completa y proponen una
interpretación de la misma. Generalmente presenciaron los hechos narrados, o
realizaron una investigación desde el lugar donde se produjeron para acercar la
crónica a la realidad. A veces, dramatizan los acontecimientos a tal punto que
llegan a construir de manera casi literaria a los personajes que los padecen o
que los llevan a cabo, para acentuar el carácter vivencial del texto. Esto
último lo logran describiendo la forma de ser de la persona, intercalando posibles
pensamientos o sentimientos que haya tenido en ese momento, etc. Seleccionamos la siguiente crónica “Bienvenido”, del escritor uruguayo
Eduardo Galeano, publicada en el diario El País el día 18 de enero de 1988: Hoy, lunes, el
poeta Juan Gelman vuelve a Argentina. Un juez, que había sido nombrado por la
dictadura militar, quiso obligarle a pagar para volver. Entre otras
condiciones, el juez pretendió imponerle una caución equivalente a 20.000
dólares [...]. Juan se negó a humillarse y finalmente la Cámara Federal tuvo el
“buen gusto” de acabar con una situación que era casi tan infame como ridícula.
[...] Ahora, la ciudad
de Buenos Aires recupera, entero, a su poeta. No falta ni un solo pedazo de él.
En estos tiempos de infamia, mientras tantos oportunistas se dedican a borrar
sus propias huellas, este cabeza dura sigue diciendo lo que piensa y no lo que le
conviene. [...] La dictadura
militar, cuyas atrocidades hubieran provocado en Hitler un incurable complejo
de inferioridad, le había pegado donde más duele: en 1976, los verdugos le
secuestraron a sus hijos. Se los llevaron en lugar de a él. A la hija, Nora, la
torturaron y la soltaron. Al hijo, Marcelo, y a su compañera, María Claudia,
los asesinaron y los desaparecieron. Se sabe que ella había dado a luz en un
campo clandestino de concentración. En lugar de a él se llevaron a los hijos
porque él no estaba. ¿Cómo se hace para sobrevivir a una tragedia así? Digo: para
sobrevivir sin que se te apague el alma. Muchas veces me lo he preguntado en
estos años. Muchas veces me he imaginado esa horrible sensación de vida
usurpada, esa pesadilla del padre que siente que roba al hijo el aire que
respira. Y me he preguntado: si Dios existe, ¿Por
qué pasa de largo? ¿No será ateo Dios? [...] Juan no tiene el
regreso silencioso que él hubiera querido. Me consta que nunca fue picado por
la mosca azul de la fama; jamás esa fiebre le ha encendido la cabeza. Las
vacilaciones y las claudicaciones de la democracia ante la prepotencia militar
hicieron que su caso se convirtiera en un escándalo internacional. Pero que
nadie se confunda: Juan es el tipo menos espectacular que conozco y el más
ajeno a la autopromoción, en esta época en que los escritores suelen
convertirse en jefes de publicidad de sí mismos. [...] Es seguro que
habrán más penas y olvido. Bastante mandan, todavía, con democracia y todo, los
que tanto mandaron. Pero quizá este reencuentro de la ciudad y su poeta sirva
de augurio al año que nace. Quizá anuncie buenas cosas para la dignidad humana
y la afirmación democrática; quizá anuncie que, más temprano que tarde, los
asesinos caerán como un resto de barro pegado a la suela de los zapatos.