1. LA APARICIÓN DE LAS NUEVAS SUBJETIVIDADES

Semana 14

La aparición de las nuevas subjetividades

Durante siglos, la cultura occidental se sostenía en algunos pilares que parecían determinados por la naturaleza y, justamente por ese carácter “natural”, no era posible concebirlos de otra manera. El hombre era quien ejercía el rol activo: tomaba las decisiones en la familia, trabajaba y participaba de la vida pública. A la mujer le estaba destinado un rol pasivo: aceptar las decisiones de los hombres (primero del padre, después del marido), ocuparse de las tareas domésticas y no mucho más. Esta distinción entre roles “activos” y “pasivos” llevaba a que el apetito sexual del hombre fuera visto como medida de su masculinidad y, por eso, era tolerable que lo satisficiera tanto en su hogar como fuera de él. Se establecía una asociación directa: a mayor apetito sexual, a mayor cantidad y variedad de mujeres con las que tuviera relaciones, mayor era su grado de hombría. Las mujeres, en cambio, debían tener un comportamiento opuesto: su apetito sexual debía estar en función de satisfacer a un único hombre y, lo que se apartara de esta lógica, era condenado por la sociedad. Tan desparejos eran los papeles que debían cumplirse, que las mujeres accedieron al derecho a votar en nuestro país recién a partir de 1951. Pero ese hecho, si bien resultó trascendental porque avaló a las mujeres a la participación en la vida pública, no alteró significativamente la lógica de los roles que cada uno debía ocupar. Ahora, quedaba aún una cuestión por tratar: ¿Qué hacer con aquellas personas que no se sentían identificadas con esos roles masculinos y femeninos? ¿Y si había algún hombre que no se sentía atraído por las mujeres? ¿Y si había alguna mujer que no estaba dispuesta a  tener relaciones sexuales con un solo hombre a lo largo de toda su vida? Más aún: ¿Y si había alguna persona que no se sintiera atraída solamente por las personas del sexo opuesto sino también por las del propio? ¿Y si había alguna persona que no se sintiera identificada con su sexo biológico, es decir, que tuviera, por ejemplo, genitales masculinos pero se percibiera como una mujer, o viceversa? Hasta hace unos años, las respuestas a estas preguntas tenían un fundamento científico: esas personas que se alejaban de los modelos esperables eran consideradas “enfermas” y, como tales, debían ser curadas. A tal punto esto era así, que la homosexualidad estuvo en la lista de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud hasta el 17 de mayo de 1990. Estas transformaciones culturales y sociales (y seguramente algunas más) se dan en conjunto, al mismo tiempo, y nos atraviesan de una u otra manera.